Parece que todo negocio que se precie debe tener una web y vender online. No solo eso. Es importante, además, que tenga un buen SEO para que Google te encuentre. Sin olvidar, que todo buen aprendiz de empresario que sueña con montar un negocio deber pensar en start up, escalabilidad, comercio electrónico, tráfico y usabilidad.
Esta terminología americana suena fenomenal si lo que quieres es impresionar y hacer ver a tu vecino que estás a la última. No obstante, algunos negocios digitales esconden con frecuencia una realidad bastante más compleja y antipática.
El paradigma es Amazon. Todos admiramos a esta empresa americana (hay otras chinas que aún son más potentes) y en las escuelas de negocio te animan a que tú también lo intentes. A veces el power point hace milagros, más aún en el entorno digital y de las start ups.
Hay otros ejemplos muy escuchados en conversaciones de cafetería. Como la nueva mensajería (esa que está invadiendo con bicis nuestras ciudades). Los empleados de estas nuevas empresas de mensajería en realidad son autónomos, aunque la marca se empeñe en presumir de su propuesta de valor. Son pequeños autónomos que no les ha quedado otra opción si quieren trabajar que darse de alta y facturar por servicios. Son gente a la que se le promete un volumen de trabajo mínimo pero que luego no siempre se cumple. El que siempre gana es el que menos arriesga, esto es, el empresario. Es el mundo al revés.
Amazon es el sueño dorado de todo empresario y de millones de usuarios. Los consumidores presumen de lo barato que es, de cuán eficaz es el envío, de su política de devoluciones y de otras virtudes que para sí quisieran todos los negocios. No obstante, este modelo de negocio genera muchas otras derivadas que hay que considerar. Las más obvias son la descapitalización como país, la destrucción de empleo y la reducción fiscal.
Si tienes una tienda de, pongamos, zapatillas de deporte cuyos clientes ya encuentran en estos nuevos players y además con un mejor precio y envío a domicilio, tienes muy pocas probabilidades de supervivencia. No vale eso del trato personalizado, ni otras propuestas de valor que han quedado obsoletas. ¿Qué trato necesito para comprar unas zapatillas que ya he visto en internet, que conozco sus virtudes, precio, quién las lleva y para qué sirven? Es muy frecuente que el comprador sepa más del producto que el que lo vende.
Si ese vendedor de zapatillas no vende su producto es poco probable que tenga ingresos para comprar también en el retail otros bienes. Pongamos libros, ropa, complementos o tecnología…por no entrar en los bienes perecederos como la alimentación que ya hoy son una realidad.
Ya hemos creado el círculo virtuoso a favor de estas nuevas empresas y esto genera una destrucción de empleo, empobrecimiento como país y por lo tanto una reducción de la fiscalidad. El modelo de negocio del comercio minorista está herido de muerte como no acelere un cambio de propuesta de valor con urgencia. Mala cara tiene el enfermo.
Más allá de la reflexión que hoy afecta al retail, la moraleja no es tanto buscar cómo proteger al negocio tradicional (algo absurdo e imposible) sino que, nosotros, como consumidores, debemos ser conscientes de que este cambio lo estamos haciendo entre todos con nuestros nuevos hábitos de consumo. Es una cuestión de tiempo y llegará a casi todos los sectores, el suyo también. La música, los medios de comunicación, el turismo, el comercio, la banca, la alimentación… lo sepamos o no, cada uno de nosotros somos el motor de este cambio y de sus consecuencias.
Artículo publicado originalmente en Revista Capital