Blog

Cobardía, mediocridad e ingenuidad

By 22 enero, 2018febrero 4th, 2021No Comments

Cuando llegue este artículo a los quioscos quizá esté ya desactualizado, a juzgar por la velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos del desafío independentista en Cataluña.

En este entorno de confusión, tensión, violencia verbal, sentimientos, legalidad y libertades, comparto con ustedes reflexiones que pueden ayudar a entender cómo hemos llegado hasta aquí.

Cobardía

No tomar decisiones es decidir. La inacción o la pasividad en la vida es una opción, pero, como todo, tiene consecuencias. Los clásicos dividen los pecados en los de acción o de omisión. Y en este caso hablamos de los segundos.

Durante al menos los últimos treinta y nueve años hemos sido cobardes con los movimientos separatistas. De un modo u otro hemos callado ante comentarios hirientes y abusivos. Hemos mirado para otro lado, cuando pública o privadamente se ha ofendido a España o se ha mentido con la historia. Hemos contemplado como vecinos, familiares o amigos hacían bromas o chistes sobre la patria y sus símbolos. No hablemos de lo que se ha dicho en colegios, centros de trabajo o asociaciones vecinales. Y, ante todo, hemos permanecido impasibles y silentes. Ese tuit que no envías o no respondes por no “liarla” o esos silencios cómplices ante un abuso institucional o privado por “el qué dirán”. ¿Les suena, verdad? Hoy nos pasan factura de golpe.

Si esto es aplicable a muchos de nosotros, entre los que me incluyo, la responsabilidad de la clase política no ha tenido parangón. Muchos han evitado ser ejemplares en la búsqueda de la unidad de lo esencial y de generar orgullo de pertenencia a nuestro país. Ese complejo silente, cómplice… les ha dado alas. Y lo que fue un movimiento marginal, hoy es una realidad fortalecida.

La manifestación más concreta de la cobardía es la equidistancia. Esa que trata de ser juez entre dos posiciones, la que trata de ser neutral y tibia ante el compromiso de la vida. Desgraciadamente la equidistancia se está haciendo viral.

Mediocridad

La clase política se ha desprestigiado hasta un límite difícil de imaginar sólo quince años atrás. El aspecto, lenguaje, formas y currículum de algunos parlamentarios, senadores, alcaldes o concejales es sonrojante. En esto los “aparatos” de los partidos son implacables dando espacio, responsabilidad y reconocimiento a los fieles y apartando a los que más talento tienen. Me consta que en estos treinta y nueve años ha habido mucha gente cualificada que, de buena fe, se ha acercado a la política para aportar su granito de arena a la sociedad. La frustración al ver el funcionamiento de los partidos ha dejado solos a los mediocres. Excepciones las hay, naturalmente, pero constituyen una anécdota dentro del adocenamiento instalado en la clase política.

Ingenuidad

Pensar que al dar más y más a movimientos nacionalistas e independentistas estos iban a reducir sus demandas, es una de las cosas más absurdas que hemos vivido en nuestra historia reciente.

Es cierto que el legado del sistema electoral otorga un protagonismo a los movimientos nacionalistas totalmente desproporcionado si nos atenemos a la aritmética, pero eso es cosecha del setenta y ocho, donde estos movimientos ya se ocuparon de conseguir un sistema proporcional torticero. Un sistema por el que durante años hemos pagado las consecuencias. Todos los gobiernos que han necesitado pactar para gobernar han reclamado el apoyo de los nacionalistas. ¿A cambio de qué? Educación, seguridad, subvenciones, medios de comunicación, política lingüística, simbología y un largo etcétera de cesiones para el autogobierno. Un precio demasiado alto que ha generado una situación social asfixiante y un conflicto entre nosotros de compleja solución.

Treinta y nueve años después se ha conseguido lo más difícil, que una gran parte de la población no piense como antes, sino como estos movimientos quieren. ¿De qué otra forma puede explicarse que Cataluña haya pasado de ser la comunidad que, junto con Andalucía, más refrendó la Constitución a no respetarla? Es una lucha diaria, perseverante e implacable. Gobierno tras gobierno hemos asistido a la representación de la misma función: yo te doy, si tú me das. Y, como un buen puchero, a fuego lento, ya está listo para servirse.

La última demostración de ingenuidad fue el espectáculo del uno de octubre, pensando que los Mossos de Escuadra serían leales y cumplirían con sus obligaciones. Parece que no hemos aprendido nada en más de cuatro décadas, pero me resisto a creer que no hay salida. La hay, aunque, más allá de la aplicación estricta de las leyes, sin ambigüedades, obliga a cambiar muchas cosas, entre otras nuestra cobardía, mediocridad e ingenuidad. Sí se puede. Empecemos aplicando la ley, castigando a los culpables y recuperando el orden y la paz entre todos. Inmediatamente después hay que recuperar a esa Cataluña perdida con valentía, categoría y firmeza.

Artículo publicado originalmente en Revista Capital

Send this to a friend